Descubrí que mi nueva canción se repetía,
que contaba los pasos en línea sin avanzar.
Descubrí a mi mujer en pijamas con otro hombre:
el amigo que quiso aplaudirme y no lo logró.
Suerte que mis vicios,
no alcanzan la droga, el tabaco, ni el alcohol.
Suerte que en mis bares,
entran amigos de a diez por un dolor.
Disipé los aromas bestiales que desprende
la basura que viste camisas y pantalón.
Aprendí a destapar los volcanes de la paciencia,
y besé otra vez a la chica que no se vistió.
Suerte que en mis noches,
el perfume de madre me dice “todo está bien”.
Suerte que en mi cama,
duermen los trenes lo mismo que yo en un anden.
Y escribir disparates me salva,
y cantar lo que quieran las almas,
y mis vicios, mis noches, mis bares
y mi resplandor.
Y fingir que nos queda esperanzas,
y sufrir y esperar la venganza,
de los pobres que son menos pobres
por su corazón.
Y confiar en futuros gobiernos
en la ley, en un Dios, en lo eterno,
en la vida que aburre si niega
un grave pesar.
Y tocar en el piano a Lecuona,
a las niñas hacerlas señoras,
en la escuela estudiarse
la Biblia y el Corán.
Y tomar por asalto a una nube,
y bajar por los pies al que sube,
y exprimirme las manos
si escribo una mala oración.
Y volar con las alas robadas,
y aguantar que te ofendan bobadas,
que provocan ideas absurdas
como esta canción.
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