Yariel en el Alma Máter. |
Por Roberto Jesús Hernández
Con andar cauteloso, pero seguro de quien no ve con los ojos
sino con el corazón, Yariel Perdomo Ulloa recorre cada día las calles de
Matanzas, ciudad de ríos y puentes, y busca nuevos modos de orientarse en ese
espacio sonoro con ayuda de su bastón o la mano solidaria de algún desconocido.
En su mente vibran
todavía imágenes del mundo de la luz y el color, que perdió a los 12 años,
cuando el diagnóstico médico confirmó la existencia del coloboma, tumor benigno
alojado entre el nervio óptico y la retina, el cual le privó de la visión
aquella mañana de 2003.
Desde entonces,
este joven de solo 20 años, enfrenta los retos de la vida con coraje, amenizada
por el don de saber escuchar a los demás y la atención constante de su abuela
Margarita junto a muchos y muy buenos amigos, sin los cuales, según confiesa,
nada sería posible para él.
Recuerda la
angustia de sus padres ante la certeza de su discapacidad, la que debió asumir como hecho natural, y lo amargo
de renunciar a los pasatiempos de adolescente, tan comunes como pasear en
bicicleta o practicar béisbol, fútbol o atletismo, algunos de sus favoritos.
El mayor reto como
invidente fue la dependencia, incluso, para realizar la más simple de las tareas
cotidianas, salir a la calle o aprender a desenvolverse en su entorno guiado
por otros sentidos, y reconocer su limitación física como el primer paso para
seguir adelante con la nueva vida.
La necesidad obliga
a Yariel a aguzar el oído, el tacto y la memoria como recursos para entender el
mundo de sombras en el cual vive, y esbozar en su mente el mapa sensorial de
los lugares que frecuenta, habilidades aprendidas basadas en sus recuerdos de
proporciones y formas.
Cual auténtico
cubano, no permite que nada le impida disfrutar de la partida de dominó, casi
sagrada los fines de semana, de la buena música, radio y televisión, o
permanecer atento mientras algún amigo lee para él volúmenes de historia
universal, filosofía o política.
Desde las aulas
libra otra batalla: ser el único invidente en el grupo de estudiantes que
cursan el tercer año de Licenciatura en Derecho, en la Universidad de Matanzas Camilo Cienfuegos donde, con apoyo de profesores y alumnos, se prepara
para convertirse en abogado penal.
Mientras la
grabadora digital repite la última lección impartida en clase, Yariel renueva
su pasión por las leyes que rigen los destinos de los hombres en toda sociedad,
y sueña con vestir la toga de juez en el futuro, aspiración posible si se tiene
en cuenta que, al fin y al cabo, la justicia es ciega.
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